El lado meta de abrir un blog
La Internet funciona como un cerebro y nosotros somos sus neuronas.
Llevo pensando en abrir un blog donde verter opiniones y reflexiones medianamente elaboradas –algo que no se puede hacer en plataformas como Twitter– desde hace algunos meses y me he topado con varias señales de “alto”.
Primero: ¿qué cosas puedo postear? Al principio, consideré subir poemas que escribía y editaba sin parar (a lo desquiciado), que no podía abandonar; luego se me ocurrió que sería bueno publicar traducciones que hiciera de otros productos literarios a manera de ejercicio técnico y práctica consistente; en otra ocasión, pensé en desarrollar pensamientos, desgajarlos pieza por pieza, una especie de miniensayos. Pateé todas las opciones. No salió nada.
Hasta ahora.
Después de sobrepensar mucho el hecho mismo de abrir una página como esta y delimitar el tema para empezar, se me hizo sencillo llegar a esto, al punto de origen de mis dudas: lo meta. Así que inauguraré este blog desde ese ángulo meta: escribiendo sobre lo que es –fue concebir la idea de– escribir un blog.
Muchas fueron las anclas que sujetaron mi impulso de iniciar este pequeño proyecto de escritura digital, sobre todo mi relación tan complicada con la Internet. “Si no puedes contra ellos, úneteles”, y yo sigo tratando de unirme. Es hasta gracioso pensarlo porque muchas veces me encuentro a mí misma muy fuera de lugar, muy fuera del yo adulto-joven que sabe y conoce toda esta cuestión. Cuando pienso en la Internet, o incluso cuando me muevo en sus espacios, solo soy capaz de ver mi propia versión del meme de “dentro de mí habitan dos lobos” y desencajarme enseguida. No voy a explayarme en este punto, pero sí quisiera plantearlo brevemente en un par de metáforas: para mí, la Internet es un sistema que infla todo lo que toca (esto no es necesariamente negativo). Relacionarse con la red es dejar que su mano invisible e inmensa te toque, y por añadidura te infle, el cerebro, sea cual sea la medida de ese cruce. Así, la Internet se vuelve un órgano dentro de otro órgano, un órgano del cerebro, un cerebro del cerebro. Lo meta en su máxima expresión.
Sé que a estas alturas parezco el meme de old man yells at cloud, pero les juro que solo soy una chica que siente y piensa a veces muy insoportablemente. A continuación, mis premisas (no todo es pesimismo, ténganme fe).
Si bien es información conocida e importante para hablar de la Internet, no voy a detenerme en describir o enumerar lo que la red hace con nosotros y nuestra concepción de moral, juicio, validación, interacción, amor, valor y demás1.
Hablemos mejor del lenguaje de la Internet. O una pequeña parte.

Es casi imposible pensarnos fuera del formato de las redes sociales, de los reels, de los tuits y la ciberperformatividad. ¿Qué podemos hacer ante el monstruo que es la modernidad y sus utensilios digitales? Somos contexto e interacción, así que la respuesta es bastante obvia. Lo interesante aquí es nominar lo que está aconteciendo dentro de nosotros. Nuestros cerebros –y por ende nuestro pensamiento– están cada vez más configurados en el lenguaje de la Internet, más específicamente y sobre todo si eres usuario recurrente, de Twitter. Para sus usuarios siempre hay un límite moral, social y particularmente lingüístico. Un límite que se manifiesta, en primera instancia, en la cantidad de caracteres. Los límites nos disgustan, sus marcas nos golpean. El grado de acondicionamiento varía, por supuesto, según el tiempo que se pase en la plataforma, pero al estar todos inmersos en ella, no es muy extraño que ya tengamos incrustado el formato de las redes como un virus en nuestro cerebro. Tampoco es muy extraño que las redes constituyan los actos que tradicionalmente no pertenecen a ellas. Ya no pensamos fuera de los tuits, fuera de lo virtual. Poco importa si tuiteamos o no lo que llegó a nuestra mente, la estructura está ahí, latente. Me resulta hasta natural, dadas las circunstancias, que las redes sociales influyan hasta cierto punto en nuestras relaciones interpersonales, nuestras expectativas e incluso nuestros afectos, pero la línea de mi sorpresa se marca con la consciencia y el pensamiento. Estoy wow. Casi parece que Baudrillard tenía razón cuando allá por los ochentas teorizó en Cultura y Simulacro sobre los bordes de la realidad virtual y cómo esta no solo no existe fuera de la realidad™, sino que podríamos decir que la sobrepasa y hasta la determina. No es que haya demasiado mundo real en la Internet, es que ya no hay diferencia entre ellos. ¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina? Tal parece que el gallo.
Esta reflexión se tradujo en una constante inquietud: ¿Cómo estaba yo empezando a concebir el acto de pensar y escribir? ¿Acaso las ideas seguirían apareciendo en mi mente a manera de aforismos antes que como un despliegue de sí mismas? Parece puro drama, pero la verdad es que a veces ya no era solo yo participando de un monólogo interno o hablando conmigo misma frente a las hojas de mi diario, sino que todo se configuraba como si tuviera que condensarlo en un (1) tuit, una historia o incluso un meme. Y el ser consciente de eso me frustraba profundamente. Eventualmente terminé creyendo que no podía generar ningún hilo fuera de la madeja del lenguaje de la brevedad. Y era tortuoso porque, al igual que para coser se necesita más que un solo corte de hilo, para pensar se necesita ir más allá de las sentencias totalizantes (propias del lenguaje de Twitter y las redes), al menos para el pensar que deseo yo.
Otro tema que también me causó algunos problemas al momento de decidir abrir este blog fue la presión personal y social (aunque esta última no era explícita).
Yo sé que este blog es un espacio diminuto que difiere en gran medida a producir objetos de escritura más trabajados, pero igual creo que vale la pena mencionar lo siguiente y que se debe revisar en sus otras aristas. Soy mujer, y desde mi condición de mujer, citando el famoso título de Cristina Peri Rossi, deseo aludir al mandato social de la excelencia, tan duramente puesto en la palestra de lo femenino, y aquí quiero hacer un énfasis mucho más especial: en lo femenino escritural, en las mujeres que escriben2. No planeo hacer de esto un manifiesto de la victimización, pero como dije antes, somos contexto e interacción. Yo sé que hay algo interno que tiene mucho que ver con mis experiencias de vida, pero también soy perfectamente consciente de cuánto del afuera ha calado en la concepción de mi adentro, es decir, de cuánto de mi autoexigencia y desestimación propia ha sido también alimentado por la historia y la visión de los demás, incluso desde un plano no explícito.

Soy superlativa, dedicada, y a menudo me presiono para no pensar en el terror de que en realidad nada me lleva a ningún lugar. Pero también soy una mujer que quiere e intenta escribir, que busca algo más en eso y tal deseo significa que hay que añadirle unos cuantos kilitos más de un componente abrumadoramente exterior.
En resumidas cuentas, me encontré así pensando que ya había suficientes neuronas flotando en la materia gris de los blogs como para creer que valdría la pena abrir mi propio espacio de sinapsis3.
A pesar de los puntos aparentemente decisivos que acabo de mencionar, hubo algo que me hizo detener la pensadera maniática y por fin abrir la pestaña Create a newsletter de Substack.
Pasó que empecé a observar que más personas virtualmente cercanas o mutuals empezaron a crear sus blogs y compartir sus narrativas mentales. Esa apertura me pareció un acto precioso de generosidad, era la bienvenida a una parte a la que difícilmente habríamos podido acceder en otro formato, ni siquiera en una conversación. Hay cosas flotando en lo escrito que escapan a lo verbal. Hay un guiño en la palabra parada frente a los ojos (esto no es una oda a lo escrito ni un menosprecio a lo conversacional u oral, simplemente soy yo romantizando la lectura, porque ante todo soy una mujer que sueña).
Y me encantó lo que leía. Y me encantó la sensación. Y me fascinó la idea de abrir un borrador de opiniones que además pudiera compartir. Es justamente eso lo que me motivó a escribir hacia el afuera: el otro4.
Existen ideas que quedan resonando, existen objetos que nunca abandonan nuestro plano neuronal, y que surgen a partir de lo que dicen otros usuarios del ciberespacio y ese decir instaura nuevas vías de introspección y entendimiento. Me gusta sobre todo el hecho de que es posible generar pensamiento y emoción incluso desde el disentimiento, me ha pasado muchas veces y la estimo también una forma increíble de conectar.
Por supuesto que algunas cosas no se pueden decir (ni siquiera escribir); por supuesto que no todas van a rebotar en nosotros y que algunas van a perderse en las lagunas donde nada flota. Pero cuando sí flotan, cuando se ubican y bucean en sintonía, el acto de pensar y congeniar en esa acción con el otro me resulta la manera más hermosa de relacionarse en la Internet. Preciosísimo.
Ninguna de esas personas a las que leí en sus blogs va a saber qué imágenes resonaron en mí o las fórmulas textuales que engatusaron mi aparato mental y emocional. Y no porque no les pueda o no les vaya a decir, sino más bien porque ese éxtasis concebido en la lectura es algo muy personal que nunca voy a poder reproducir: la lectura es un diálogo en solitario con el otro.
Aristóteles creía que las cosas dejan una huella que se imprime en nuestros cerebros, y de ahí que tenemos lenguaje. Yo creo que los otros tienen una huella –muchísimas huellas, en realidad– que se imprime en nuestras mentes, una huella que va mutando pero que nunca desaparece, y de ahí que tenemos un nosotros. Somos el resultado de un cúmulo de rastros de los demás y de nosotros con los demás.
No espero ser una de esas personas para nadie que lea este texto, no espero nada más que lo que no se espera. No busco expectativas porque ya tengo suficiente con aquello que no espero, pero sí deseo.
Probablemente en algún momento caeré en el atentado individual que es el deber-hacer (sobre todo uno que se vierte en escribir y corregir, escribir y corregir5 + una o más dosis de autodesprecio). Probablemente me dará más vergüenza que satisfacción el publicar esta entrada y, sobre todo, el someterla a la mirada exterior.
(Qué tantas vueltas y tantas bolas das, chica, basta ya). Bueno, ya paro.
El tuit ya no está ahora, pero alguien a quien admiro mucho escribió una vez, cuando compartió un fragmento de un texto en el que estaba trabajando, que el mejor editor es la vergüenza pública. Me adhiero y añado que el mejor ejercicio de reconocimiento es la exposición del pensamiento (publicar en un blog será mi terapia de exposición lol), aquel que implica someterlo a la mirada y la vergüenza y pensar a través de ellas.
Aquí cito el ensayo donde Brunella se autodoxea porque es buenísimo y además tiene planteamientos bien interesantes sobre eso en lo que nos convierte la Internet.
Quiero agradecer a mi amiga Minerva por tan nutritivos y afectuosos intercambios siempre. La condición de mujer y sobre todo la de mujer que escribe es un tema muy presente en nuestras conversaciones.
Acá entra a tallar otra cuestión significativa: el fenómeno de la relevancia en la Internet y sus implicancias en los usuarios, pero no habrá eso por ahora.
Sí, sí, sí, hacer las cosas por y para uno mismo, pero admitamos ya que siempre hay un componente de los demás sujetos!!!!!!!! No está mal ni da vergüenza (!!!!!!)
amamos mujeres que escriben!